Desde que salimos de Marrakesh, pasando la coordillera del Atlas, vimos cómo iba, poco a poco, cambiando el paisaje, haciéndose más árido. Pasamos por Ouarzarzate, el Camino de las Mil Kasbash, pero nunca pensamos cómo iba a ser la siguiente parte de este viaje hacia el desierto del Sahara.
Por una carretera ya sin tantas curvas como en el Atlas, donde el conductor parecía que estaba de rally, disfrutamos de un paisaje cambiante, colores, mezclas de colores que no habíamos visto antes en otros paisaje.
El Valle del Dades
Pasamos por vergeles, palmerales, auténticos oasis, casi como los que tenemos en la cabeza, esa imagen que tantas veces nos hemos imaginado. La verdad que fue curioso, más que curioso es como cuando llegas a un lugar que tienes en la cabeza, que has imaginado cientos de veces, y de repente ahí está frente a ti. ¿Ese verdor en medio de tanta aridez? ¿Cómo puede ser? Pues es, y ahí está, y el culpable es el río Dades.
El Valle del Dades comienza en Ouarzarzate y termina en Tineghir y las Gargantas del río Todra. Si por algo se llama el Camino de las mil kasbash, es por la cantidad de estas construcciones, fortalezas que se encuentran a lo largo del camino. Fortalezas construidas por los bereberes para defenderse de los, quizás, mil y un intentos de asedio e invasión.
Y cuando pasaron estos paisajes, llegaron otros no por ello menos impactantes. En aquel momento el color de todo cambio radicalmente y se volvió naranja. Ya estábamos cerca de Tineghir. Y fue allí, donde el color del paisaje se fundía con el color de las pequeñas casas que se habían construido allí, incluso las kasbash.
Los cañones se acentuaban mucho más, y eso fue el preludio de lo que vendría más tarde.
Estar en el Valle del Dades es, de alguna manera, estar lejos de todo, de la civilización. Sientes que ya no hay ruidos molestos, son pocos los coches que por esa carretera pasan. Aislamiento en lugar como ese. Y por la noche, fiesta bereber.
Ya que el camino hasta Merzouga, la puerta del desierto es aún largo desde el Valle del Dades, hicimos noche planificada allí. Noches de comida bereber, shisha, pero nada de alcohol… ya sabes, estás en un país musulmán, aunque en Marrakesh sí que encontramos un bar donde ir a echar unas cervezas.
Tengo que decir que la gente es muy amable y hospitalaria, y esa noche lo pasamos bastante bien.
Gargantas del río Todrá
Las Gargantas del rio Todrá son la culminación de este valle, y sus cañones, sus curvas sinuosas, sus colores rojizos, kasbash, más kasbash.
Dicen que este escenario marroquí sólo es comparable con el Gran Cañón del Colorado, creo que eso es exagerar un poco. Pero no vamos a quitar méritos a la naturaleza y su cuidadosa erosión con este lugar.
Las Gargantas son espectaculares. Introducirte en ellas y ver esas inmensas paredes erosionadas, al lado de un pequeño riachuelo llamado Todrá es una sensación muy curiosa.
Hay zonas de las Gargantas donde a penas hay de lado a lado, poco más de treinta metros, quizás poco rayos de luz hayan llegado hasta abajo del todo.
La verdad que es un paisaje que merece la pena, y mucho ver y disfrutar.
Y no sólo eso, es ver escavadas o clavadas en la pared casas que ahora son restaurantes y pequeños hotelitos.
Este lugar también es un sitio frecuentado por escaladores, entiendo que con tanto cañón, tiene que haber decenas de vías de las que disfrutar.
Una vez que has visto y disfrutado del lugar, es momento de tomar el camino hacia la puerta del desierto, Merzouga.
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Nosotros la conseguimos en el riad donde nos alojamos en Marrakesh, Dar Nakhla. Además de ser un alojamiento que nos gustó bastante, los que llevaban la recepción también ofrecían esta excursión que constaba de dos noches. Una en el Valle del Dades, y otro en el desierto.
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Todo fue como estaba planeado y disfrutamos bastante. Nos recogieron en el riad y nos dejaron de nuevo allí. El transporte usado fue una furgoneta de unas 10 plazas, donde conocimos a otros viajeros, lo cual hizo mucho más divertido el viaje. Totalmente recomendable.
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