Tokio es desmesura por todos los lados. Centenares de rascacielos pueblan esta ciudad infinita, y digo infinita porque parece no tener límites, no se acaba nunca.
La metrópolis de Tokio, contando su área metropolitana ronda los 36 millones de habitantes, sí, has leído bien, 36 millones de almas viven en esta ciudad, utilizan el transporte, comen, duermen y generan residuos. No tengo la más mínima idea de cómo gestionar toda esta apabullante cantidad de datos, pero Tokio es así, la ciudad más poblada del planeta.
A pesar de esos números Tokio es una ciudad hiper limpia, hiper cuidada, hiper ordenada. Si no fuera así, de otro modo sería un lugar más difícil de vivir. Con esta cantidad de habitantes, puedes dejar un bolso con el monedero a la vista en un lugar atestado de gente, y ten la seguridad que nadie te lo va a robar. Sí, esta es una ciudad muy segura, exactamente la segunda más segura del mundo después de Singapur.
Las horas punta, de 8 de la mañana a 9 y media, el metro y el tren se convierten en auténticas latas de sardinas, donde los empujadores, que les hay, hacen que quepa todo el mundo dentro de los vagones. Y doy fe, me sentí como una sardina enlatada aquella mañana que decidimos ir temprano al mercado de pescado, Tsukiji.
El ritmo de esta ciudad es frenético, las estaciones de tren y metro siempre están llenas de gente, miles de izakayas inundan la ciudad, casi tanto como los miles de pachinkos (salas de juegos), de luces, de ufos (salas donde se “pescan” muñecos), espectáculos de “señoritas”, Love Hotels y miles de cosas más.
Los “salaryman”, fácilmente reconocibles por sus camisas de colores claros, con predominio del blanco y pantalones negros, son un trasiego continuo por toda la ciudad. Trabajan como hormigas en las miles de oficinas de los rascacielos que hay en este submundo. Comen y beben en las izakayas, duermen en sus casas si les da tiempo a llegar, si no, un hotel cápsula o quien sabe, un Love Hotel será su hogar por unas horas.
Decenas de centros comerciales de todas las marcas, el consumo de la ciudad es frenético, tanto como su ritmo inagotable. Todas las marcas, cualquier artículo, el objeto del deseo se compra. En Tokio cualquier cosa se puede encontrar y comprar.
Las bicicletas son el otro alma mater de la ciudad, ¿quién iba a decir que en una ciudad así uno de los principales medios de transporte fueran estas dos ruedas sin motor? Ni el clima, mucho calor en verano, mucha lluvia en otoño y frío en invierno, son un inconveniente. Si no fuera por las bicis y el transporte público, quizás en esta ciudad no habría quien pudiera respirar. Los tokiotas saben como hacer las cosas bien.
Hay pequeños reductos para la tranquilidad, parques verdes, pulmones que alejan del ruido de las tiendas, de los coches. Yoyogi Park, los Jardines Shinjuku Gyoen, el parque que rodea al Palacio Imperial o el Parque Ueno son todo un respiro.
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Tokio es un lugar único, irrepetible. Quizás ya no sea tan futurista como se mostró hace años. Los wc con mando y chorrito o pulverizador a temperatura elegible ya no son parte del futuro, son la tradición tokiota.
Las mega pantallas con anuncios ya no son exclusivas de esta ciudad, aunque en número superen a cualquier otra.
Tokio es una fantasía o una perversión, una rutina o un nuevo descubrimiento cada día, una ciudad única.
Alojamiento en Tokio
Durante nuestra estancia en Tokio probamos dos alojamientos diferentes. Al llegar, la primera noche la pasamos en el Hotel Horidome Villa. Un alojamiento muy bien ubicado, en la parada de metro de Kodemmacho, cerca de Akihabara y de la estación Tokyo Station (por si vas a coger en Shinkansen). Completamente recomendable.
A la vuelta, la segunda semana la pasamos en un apartamento que alquilamos a través de Airbnb. Situado en Ikejiri Ohashi, a una parada de tren de Shibuya. Fue una experiencia genial poder alojarse en un apartamento tokiota, una planta 13 con unas vistas increíbles.
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